viernes, 11 de diciembre de 2009

ARTICULOS DE OPINIÓN






Son historias..., una bella y cruda, otra fría y escueta y, la última, veraz e intrépida.
Historias de la realidad, de hombres valientes, que aman su trabajo, que arriesgan su vida por hacer llegar la noticia o, tal vez no, acaso pretendan hacernos ver al resto del mundo el sufrimiento, la pobreza y la desolación de aquellas tantas que han tenido la poca suerte de vivir justo en el centro de un conflicto. Y es en medio de esas guerras donde se forjan lazos, de amistad, de fidelidad, lazos que te unen, que te atraen, que no te dejan olvidar, a quien te ayudó, a quien sin inmutarse te acompañó, te envolvió, con su fuerza, con su dureza, con su temple.
Historias de la realidad, de hombres solos, abandonados a su suerte, que es bien poca, que malviven, que son rechazados, por todos, por el resto, que caminan por un mundo de miseria, que enferman, como todos, pero que no encuentran consuelo ni compañía, como algunos. La frialdad de la enfermedad es casi blanca, impoluta, con un aroma antiséptico, una frialdad que te detiene, que te deja inmóvil, o quizás no, tal vez sea en esos momentos cuando surge algo bello, tan delicado como un acto de amor, un acto de ternura y humanidad.
Historias de la realidad, de hombres que trabajan infatigablemente, de hombres que cuidan con amor el fruto de su esfuerzo, historias de una vida de dedicación en las que no se recibe nada a cambio, solo palabras, y a veces pocas.
Historias contadas en doce líneas, escuetas, resumidas y sumidas, tanto que no reflejan nada, solo datos, que esconden y no enseñan, unas pocas frases desnudas de sentimiento y alma.

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